LAS TUNDURAGUAS


Pedro y Luis, emocionados avanzaron dos pasos dejando atrás a sus compañeros. Sus bocas y ojos de bagres en celo se les tomaron parpadeante y lascivos. Allí frente a ellos en la puerta de rupestre casa construida de chonta, guaduas y paja tres mujeres de rostro aceptable, con sus cuerpos que se movían al compas de la suaves briznas que caían en la tarde, les sonreían y les invitaban a seguir.

Jamás creyeron que simples pensamientos se convertirían en realidad y menos en tan apartado rincón donde se encontraban y al cual habían llegad, después de deambular por la selva en busca de animales de monte. Se hallaban en una orilla del rio Sanquianga, dentro de los contornos de la vereda la prieta, muy lejos de la cabecera municipal de de Bocas de Satinga.

El viejo Alberto y el menor del grupo de cazadores de nombre Antonio se negaron atender tan insinuosa invitación. El primero saco su cachimba y se alejo hacia un arroyo vecino, mientras el joven se sentó enn el tronco de un arboly desde allí apenas  miraba de reojo la choza, imaginando lo que estaba pasando.

Habían transcurrido cuatro horas desde que salieron del caserio donde habitaban y minutos antes del encuentro con las venus de color canela, los cuatro descasaron al pie de un gigantesco cedro, donde sentados pedro y luis desearon tener en esos momentos mujeres para mitigar el deseo carnal que los carcomía por dentro. El mayor del grupo, y a un Antonio, les recordaron que estaban en el monte, donde los malos pensamientos se pagaban caro y que olvidaran esos anhelos. Desde allí divisaron un gris y tortuoso chorro de humo que brotaba como serpiente sobre un sector de la selva y hacia alla se habían dirigido, confiados encontrarían mortales como ellos y en donde podrían descansar a gusto para seguir su caceria, labor que realizaban una vez por semana, muchas veces sin suerte.

“Que suerte la de estos verracos, deben estarla pasando bien con semejante tronco de hembras”, pensaba Antonio en el instante que una de la misteriosas damas apareció en la puerta para invitarlo a comer, pero él se negó con un “gracias ” y en movimiento negativamente la cabeza.

La tarde caía y las últimas luces del día iban siendo arropadas por la noche que se avecinaba. Al rato, intrigado por el silencio en el interior de la casa, donde poco antes habían salido suaves voces y cantos de placer. Toño decidió por fin llegarse a ella y ya  adentro, las entrañas de su cuerpo se revolvieron como lombrices colocadas en un solo envasé.

La sorpresa y el espectáculo que se presentaba ante el lo dejaba mudo: sus dos amigos yacían abiertos con el tórax abierto, de cuyo interior el corazón había desaparecido. Cuando reacciono fue demasiado tarde. Las mujeres le impidieron el paso, sonriente lo desnudaron, ante los gritos de desesperación del infortunado hombre; Luego le hicieron el amor y con las uñas filosas como cuchillos le desgarraron el pecho, le arrancaron el corazón y con el hambre del león hambriento se lo comieron.

Mientras esto ocurría el viejo Antonio regresaba al arroyo y ya a poco metros de la casa, que como todas la  que se encuentra en las riberas de los ríos  de la costa pacifica estan levantadas sobre palotes. Observo que desde arriba de la misma caia sangre a torrente. La experiencia de tantos años en el momento le había enseñado algunos misterios de esas selvas vírgenes y con el dolor que quiso exhalarle hasta el alma y presuponiendo lo que había pasado huyo como libre salvaje del maldito lugar , en le preciso instante en que la diabólicas mujeres salieron a perseguirlo.

Apenas tuvo tiempo de embarcase en la canoa que había dejado un poco rio arriba y como piande corriendo  sobre las aguas bogo tan rápido que sus brazos parecían multiplicarse por diez, mientras que las mujeres con rabia por su fuga le gritaron cosas que el nunca entendió. Al otro día Alberto pudo regresar con las esposas de sus desgraciados amigos y vecinos del caserio. Los cuerpos de los cazadores habían desaparecido y solo la sangra coagulada fue la única testigo que encontraron.

Fueron las Tunduraguas o Cucuraguas que se los comieron. Dicen los viejos del litoral que este ser o seres es una mujer que solo se presenta en el monte a todos  aquellos que  evocan el sexo de una mujer, los enamora y les da muerte después de hacerles el amor, comiéndoles primero el corazón.

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